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miércoles, 10 de abril de 2013

La decisión de Beatriz.


Beatriz estaba tan sólo a tres días de cambiar definitivamente el rumbo de su vida y el de su pequeña familia. Aparentaba tener todo lo que cualquiera desearía, sin embargo esos logros parecían estar hechos para el primero que pasara pero de ningún modo para ella. 

Beatriz nació en 1950 en un pueblo muy pequeño, lleno de grandes tierras, grandes personas e humildes posibilidades. Siempre pareció estar adelantada  a la época o al lugar en el que le había pertenecido vivir. Era una joven muy despierta, tan despierta que ni siquiera estando dormida era capaz de obviar la realidad a la que parecía estar sometida. La bondad de sus padres no era más que darle a su hija la magnífica vida que ellos habían disfrutado hasta ahora, “qué más se podía pedir en esta vida!” Lo tenían todo, una familia, un campo sobre el que faenar sin cesar, amistades en el pueblo…todo! y Beatriz lo hubiera tenido todo si no fuera porque para ella esa gran totalidad no era más que una base estable sobre la que empezar a forjar una gran vida, una vida llena de motivaciones, metas  y curvas peligrosas de esas que se sufren cada vez que se pasa por ellas pero de las que aguardan un destino único e inigualable.
En momentos de debilidad personal se repetía así misma “todo depende del ángulo en que se mire…” Parecía como si se pusiera  las gafas de otra persona  para ver el mundo tras ellas e intentar autoconvencerse, apreciar de ese modo el destino que parecían haber escrito para ella, pero nada que no se esfumara a los cinco minutos.  Estaba repleta de inquietudes, para ella mágicas y emocionantes pero no para el resto de su familia, la cual nunca apoyó su idea de irse a la gran ciudad a perseguir su sueño:  aprender a tocar el piano y dar clases a niños para enriquecerles con esa esencia musical, reservada solo para unos pocos.

Beatriz solía cartearse con su mejor amiga de la infancia, quien residía en la capital desde hacía muchos años por el traslado laboral de su padre, cosa que Beatriz envidiaba desesperadamente.  Sin embargo, parecía saciar su sed de abrir alas lejos del nido leyendo las historias que su amiga Lucía tenía minuciosamente preparadas  tras cada trazo de su letra.
La sorpresa llegó cuando en una de esas esperadas e idealizadas cartas leyó lo que iba a ser el comienzo de su gran sueño, se había abierto una escuela de música cerca de donde vivía Lucía.
Enseguida dejó la mirada perdida alzando una ilusión sin sentido, pues su ánimo de barajar la posiblidad decaía rápidamente pensando en la fortuna que costaría, fortuna que ella no podría permitirse, fue entonces, entre pensamientos y desmotivaciones,  cuando de repente alzó el vuelo con más fuerza que nunca al leer que el director de la escuela era íntimo amigo del padre de Lucía y estaba dispuesto a hacerle un precio tan especial como suculento. Con las manos aún temblorosas  de la emoción corrió a las faldas de su madre para informarle de la buena nueva. Se notaba que la ilusión le había nublado la razón, ya que de haberlo pensado tan solo dos segundos, habría caído en la cuenta de que difícilmente conseguiría el permiso paterno que la impulsaría hacía su soñada vida.

La muchacha no hacía más que oír negativas por parte de sus padres y explicaciones que intentaban hacerle entrar en razón, pero con tanto empeño ni se percataron de que la chiquilla ya se había encauzado en un viaje solo de ida, decidía firmemente en aquel instante tomar esa decisión, costara lo que costara.
Sufría pensando que podía ser la vergüenza de la familia a los ojos de los demás y en la profunda pena que sentirían sus padres,  pero estaba tan segura de su futuro éxito que era  cuestión de tiempo que las penas dieran paso a mayores alegrías acompañadas de un inquietante orgullo.
¡Lo hizo!, se fue, tenía tantas ganas como miedo pero finalmente lo hizo. Utilizó sus ahorros para comprar el billete de ida y se encauzó  en una aventura de la que no se arrepentiría jamás.
Los comienzos fueron difíciles, tuvo que trabajar mucho para lograr ganar unos duros y poder pagarse esas clases, que aún con precio amigo, se hacía cuesta arriba. Sin embargo, todo merecía la pena con tal de sentir siempre una pequeña parte de esa satisfacción personal caracterizada por un movimiento “culebresco” en el estómago de Beatriz. 

Con el paso del tiempo pudo ir estableciéndose por sí sola, conoció al que hoy en día es su marido, empezó dando clases a un grupo reducido de niños y terminó formando una pequeña escuela de música a la vez que una gran familia. Sus padres iban a visitarle de higos a brevas, pero lo hacían.
Sin embargo en su pueblo siempre quedó como “la que se fue”, “la que renegó”, “la que abandonó a los suyos”. Cada vez que pisaba ese pueblo sentía como cada mirada le tiraba una lanza con un mensaje claro y conciso. Era tal la fuerza de dichas miradas y represalias que a veces, en momentos de flaqueza, llegaba a dudar de la gran decisión que tomó años atrás pero por suerte, podía decirles lo mismo que ellos recalcaban anteriormente, “lo tengo absolutamente todo, que más puedo pedir!”.
Y es que la vida no entiende de buenos y malos senderos. Para ellos su decisión había sido tan desacertada como vergonzosa pero ella aún seguía viviendo con la misma satisfacción e ilusión con la que el primer día tomó este camino. Para Beatriz quedarse en el pueblo hubiera sido estancarse y amoldarse a las cuatro realidades impuestas por la monotonía del conformismo, pero para el resto del pueblo esas cuatro realidades eran más que suficientes y daban gracias a Dios por poder formar parte de ellas sin esperar nada más a cambio.

Y es cuando volvió a repetirse a sí misma “todo depende del ángulo en que se mire” y es que el derecho no es derecho si no se mira del revés.

martes, 8 de mayo de 2012

La oscuridad también ilumina

Parecía como si el salón estuviera en medio de un valle a la luz de la luna, lejos de todo y lleno de mantas.
La vela hacía de estrella iluminada, pero de esas que brillan eternamente y que jamás verá nadie apagarse.
La brisa de la noche corría sutilmente trayendo consigo bocanadas de inspiración.
No habían relojes. Ni siquiera el intento fallido del teléfono conseguía despejar ese magnífico paisaje.
Era uno de esos momentos, de esas noches. Esos momentos que desde que asoman tímidamente por la puerta te hacen saber que hay un sitio reservado en primera fila, solamente uno y tenía que ser para mí, no podía ser de otra manera.
Enseguida salieron palabras espontáneas, llenas de ganas y de un poquito de nostalgia. Y así surgía, frase tras frase, el vínculo entre dos personas dispuestas a indagar, dentro de su inquietante ignorancia, una caja llena de enigmas. Pero no enigmas cualquiera, enigmas de esos que te hacen engancharte y darle vueltas y más vueltas al interrogante hasta que ya no sabes si el punto queda arriba o abajo.
Nos sumergimos en una caja negra, tan negra que incluso mostrando pinceladas de color disfrazadas, por ejemplo de rojo, seguía manteniendo esa eterna oscuridad. Pero no oscuridad de esa que carece de luz, si no de la que sí la tiene, pero bien lejos. Lejanía que quizá algún día alcancemos y podamos reunirnos de nuevo para sustituir esos interrogantes por comas, ponerle cara a esas formas disfrazadas de otros, ponerle orden al desorden y conocer, de algún modo, el secreto mejor guardado entre cisuras y circunvoluciones neuronales.
Podrá ser en un salón o en otro, con una vela, con dos o con ninguna, pero sea como sea y donde sea, con la misma persona.


martes, 7 de febrero de 2012

Moraleja: Lo mejor es no conformarse.

Inconformistas por naturaleza propia;

Cuando va deprisa, no nos da tiempo a disfrutarlo. Cuando va despacio, nos aburrimos.
Si tomamos la decisión, nos precipitamos. Si no la tomamos, nos quedamos con la duda.
Las de pelo liso, lo quieren con más volumen. A las de pelo rizado se les estropea el planchado con la lluvia.
El negro porque es muy oscuro, el blanco porque no tiene color.
En verano porque echamos de menos los planes de películas con mantita incluída, en invierno da pereza salir a la calle.
Cuando estamos ocupados pensamos en todos los planes que nos apetece hacer, cuando no tenemos nada que nos lo impida ni siquiera nos llaman la atención.
Si suspendemos queremos un cinco, si tenemos un cinco pensamos que podríamos haber tenido más.
Si estudiamos temas difíciles, cuesta entenderlos. Si estudiamos temas fáciles, resultan aburridos y nos bloqueamos.
Si nos hinchamos de comer pensamos que ha sido demasiado. Si te quedas bien pero no lleno, se te ha quedado un "gusanillo" sin saciar.

Conclusión,
Lo más acertado sería pensar que deberíamos conformarnos con un término medio para no rozar ningún extremo pero siendo sinceros, no hay manera de conformarnos completamente con lo que tenemos, siempre se quiere más o siempre se quiere un poco menos.
Esto es sinónimo de ansia, de deseos, de aspiraciones. Y si algún día llegamos realmente a conformarnos del todo, será porque ya no tengamos nada que obtener.

jueves, 26 de enero de 2012

Mi Yo pasado en el presente.

Las personas no podemos resumirnos en un día a día, en lo que haces o dejas de hacer, tienes o dejas de tener.
Echar la vista atrás a modo reflexivo y aprender recordando es lo que realmente resulta productivo.

¿Cómo fui?, ¿qué hice?, ¿por qué? ¿qué hubiera pasado si...?
Nuestra vida es algo grande pero no por ello está compuesta por un gran esquema. Es mejor pensar que igual que pasamos por los años (o ellos por nosotros), pasamos por esquemas distintos , esquemas aprendidos o a veces no tanto y decidimos echar la vista atrás para ver ese "yo pasado" . Ese que aunque ya olvidado y superado todavía guarda algo que nos pueda sorprender.

¿Cómo era capaz de..? ¿cómo dije/hice aquello
Sea para bien o para mal las cosas pasadas se dejan atrás, como pasado que es. Lo que no tenemos en cuenta es que partes importantes de nosotros se alejan con él, partes que aún hoy por hoy nos haría falta recuperar de vez en cuando. Ya sea la fuerza de una persona ahora debilitada, la ilusión de una persona ahora desmotivada o los sentimientos y rincones profundos de una persona ahora inmersa en sus quehaceres librándose batallas diarias con el ritmo acelerado del tiempo.
Nacemos con multitud de caminos posibles que vamos reduciendo a lo largo de los años escogiendo cosas y estableciendo prioridades. Procuremos meter en ese eterno equipaje de viaje lo mejor de nosotros, todas y cada una de esas partes. ¿Ahora no necesitas esa sensibilidad o ese par de motivaciones? no importa, seguro que algún día terminas echando mano.

Y es que dicen
que el que guarda,
siempre tiene.

jueves, 19 de enero de 2012

Mi máquina del tiempo particular


La música te susurra, te engatusa, te obsesiona, empieza por animarte cuando la oyes y termina convirtiendo un momento gris en uno color "mágico".
Una canción es capaz de transportarte a épocas pasadas, lugares en los que estuviste e incluso hacerte sentir de repente como lo hacías las primeras veces que la oías. La música hace que te aprendas un texto de memoria como ya quisiéramos que ocurriera con otros tantos. Hace que tu pulso se acelere a una velocidad de vértigo.
Un solo estribillo te arranca una sonrisa, una lágrima y un grato suspiro. Con la música podemos soñar mientras la oímos y revivir lo ya vivido.

Y es que ya lo decían los grandes...

"Sin música la vida sería un error" (Friedrich Nietzsche)


jueves, 22 de diciembre de 2011

Feliz navidad a todos

A mi no me gusta la navidad, me dije entrando Noviembre.
¡A mi no me gusta la navidad!, me dije entrando Diciembre.
A mi, definitivamente, no me gusta la navidad..., me dije el 20 de Diciembre mientras hacía la maleta metiendo todos los pares de calcetines posibles, mis pantalones preferidos, un par de recuerdos lejanos, 
los tacones más altos que encontré en el armario y una gran nostalgia colocada con la mayor delicadeza posible para evitar que el viaje la estropeara y me impidiera recordar lo poco que me gusta la navidad.
Llegué a casa cargando con la maleta,
agradeciendo no ver ni rastro de ella por ningún sitio,
cuando abrí la maleta, cogí ese par de recuerdos
y ese puñado de nostalgia y entonces lo supe, 
supe que si las había guardado 
no era para recordarme lo poco que me gustaba la navidad,
era precisamente para recordarme 
lo mucho que me había gustado tiempo atrás.
Entonces me sorprendí a mi misma y sin darme cuenta 
empecé a montar un árbol, 
lleno de bolas que apenas tenían un par de años 
pero que para mí seguían siendo las mismas 
de cuando tenía cinco, seis, siete y ocho años.
Y es que al final va a resultar que estamos en fechas llenas de magia,
magia suficiente como para ser capaz de ver, 
que aunque haya un bosque lleno de árboles fríos y congelados, 
siempre termina asomando el destello de luz de un árbol lleno de ilusión.


viernes, 2 de diciembre de 2011

Cada día, al cruzar la esquina

¿Qué tiene una mirada para que transmita tanto?


Cada mañana salgo de mi piso con mis cascos de música puestos, mi mochila llena de obligaciones y el paso tan acelerado que parece como si mis pies se hubieran apostado una carrera entre ellos.
Esquivo persona tras persona, cada una de ellas con su vida, sus pensamientos, sus historias, sus peinados, sus ojos medio cerrados y sus mentes impacientes repasando una y otra vez su agenda diaria.
Los pascueros lucen en la calle Larios y el árbol de navidad ya se levanta altivo y elegante, haciendo que cualquier día gris se torne algo más claro y mágico,  consiguiendo así que cualquier gordito con barba blanca se lleve el protagonismo del día con solo darle un toque de color rojo y blanco.
Mi camino hacia el autobús es tan solo un recorrido con el piloto automático activado. Yo no camino, mis pies lo hacen por mi, yo solo me limito a escuchar, observar e imaginar. Pero como de costumbre, mi mente frena en seco siempre en el mismo lugar. Cruzo la esquina y allí está él, sentado en el suelo, con su pierna vendada, su eterna medio sonrisa y la mirada más tierna y conmovedora que he visto jamás. Un hombre pidiendo en la calle, no hay más. Y os preguntareis qué tiene de especial este hombre, sobre todo teniendo en cuenta que después de él me cruzo con tres personas más en situaciones semejantes. 
Él cambia las miradas de pena por una mirada transparente y llena de esperanza. Cambia el agachar la cabeza y abrir la mano sosteniendo unas monedas por alzar la cabeza, mirarte y decir: ¡que tenga un buen día!. Sencillamente cambia el hacer que quieras seguir mirándole en vez de mirar para otro lado incómodamente, no transmite pena, transmite ternura, nostalgia.
Un desconocido, una persona que pide en la calle es la primera y última persona que me da los buenos días diariamente, es capaz de arrancarme una tímida pero sincera sonrisa y hacer que me pase el resto del camino preguntándome cuál será su historia, de dónde sacará esas ganas de sonreír y darle los buenos días a cualquier persona que pase a su lado. 
Nos pasamos el día acelerados queriendo ganarle una carrera al día, chocando con gente en el autobús, el metro, la calle.. cruzando miles de miradas y de gestos, pero ¿alguno como el de ese hombre? ¿alguno amable sin tener por qué o alguna sonrisa, algún "hola"?
Quizá si algún día nos diera por probar, ¿conseguiríamos que una persona dedique unos cinco minutos en pensar en nosotros, en la agradable sensación que le hemos transmitido? sería bonito, como lo suelen ser muchas cosas más a las que ya no hacemos caso, tal vez por estar anticuado, tal vez por vergüenza, pasotismo, vagueza o simplemente porque no.
Yo practicaré mi mayor y mejor sonrisa frente al espejo, quien sabe, quizá logre que ese hombre sienta que esas pocas palabras que repite sin cesar llegan, al menos, a una persona que nunca le apartará la mirada sin sonreír antes.
Deberíamos mirarnos más...