Beatriz estaba tan sólo a tres días de cambiar
definitivamente el rumbo de su vida y el de su pequeña familia. Aparentaba
tener todo lo que cualquiera desearía, sin embargo esos logros parecían estar
hechos para el primero que pasara pero de ningún modo para ella.
Beatriz nació en 1950 en un pueblo muy pequeño, lleno de
grandes tierras, grandes personas e humildes posibilidades. Siempre pareció
estar adelantada a la época o al lugar
en el que le había pertenecido vivir. Era una joven muy despierta, tan
despierta que ni siquiera estando dormida era capaz de obviar la realidad a la
que parecía estar sometida. La bondad de sus padres no era más que darle a su
hija la magnífica vida que ellos habían disfrutado hasta ahora, “qué más se
podía pedir en esta vida!” Lo tenían todo, una familia, un campo sobre el que
faenar sin cesar, amistades en el pueblo…todo! y Beatriz lo hubiera tenido todo
si no fuera porque para ella esa gran totalidad no era más que una base estable
sobre la que empezar a forjar una gran vida, una vida llena de motivaciones,
metas y curvas peligrosas de esas que se
sufren cada vez que se pasa por ellas pero de las que aguardan un destino único
e inigualable.
En momentos de debilidad personal se repetía así misma “todo
depende del ángulo en que se mire…” Parecía como si se pusiera las gafas de otra persona para ver el mundo tras ellas e intentar
autoconvencerse, apreciar de ese modo el destino que parecían haber escrito
para ella, pero nada que no se esfumara a los cinco minutos. Estaba repleta de inquietudes, para ella
mágicas y emocionantes pero no para el resto de su familia, la cual nunca apoyó
su idea de irse a la gran ciudad a perseguir su sueño: aprender a tocar el piano y dar clases a
niños para enriquecerles con esa esencia musical, reservada solo para unos
pocos.
Beatriz solía cartearse con su mejor amiga de la infancia,
quien residía en la capital desde hacía muchos años por el traslado laboral de
su padre, cosa que Beatriz envidiaba desesperadamente. Sin embargo, parecía saciar su sed de abrir
alas lejos del nido leyendo las historias que su amiga Lucía tenía
minuciosamente preparadas tras cada
trazo de su letra.
La sorpresa llegó cuando en una de esas esperadas e
idealizadas cartas leyó lo que iba a ser el comienzo de su gran sueño, se había
abierto una escuela de música cerca de donde vivía Lucía.
Enseguida dejó la mirada perdida alzando una ilusión sin
sentido, pues su ánimo de barajar la posiblidad decaía rápidamente pensando en
la fortuna que costaría, fortuna que ella no podría permitirse, fue entonces,
entre pensamientos y desmotivaciones, cuando de repente alzó el vuelo con más fuerza
que nunca al leer que el director de la escuela era íntimo amigo del padre de
Lucía y estaba dispuesto a hacerle un precio tan especial como suculento. Con
las manos aún temblorosas de la emoción
corrió a las faldas de su madre para informarle de la buena nueva. Se notaba
que la ilusión le había nublado la razón, ya que de haberlo pensado tan solo
dos segundos, habría caído en la cuenta de que difícilmente conseguiría el
permiso paterno que la impulsaría hacía su soñada vida.
La muchacha no hacía más
que oír negativas por parte de sus padres y explicaciones que intentaban
hacerle entrar en razón, pero con tanto empeño ni se percataron de que la
chiquilla ya se había encauzado en un viaje solo de ida, decidía firmemente en
aquel instante tomar esa decisión, costara lo que costara.
Sufría pensando que podía ser la vergüenza de la familia a
los ojos de los demás y en la profunda pena que sentirían sus padres, pero estaba tan segura de su futuro éxito que
era cuestión de tiempo que las penas
dieran paso a mayores alegrías acompañadas de un inquietante orgullo.
¡Lo hizo!, se fue, tenía tantas ganas como miedo pero
finalmente lo hizo. Utilizó sus ahorros para comprar el billete de ida y se
encauzó en una aventura de la que no se
arrepentiría jamás.
Los comienzos fueron difíciles, tuvo que trabajar mucho para
lograr ganar unos duros y poder pagarse esas clases, que aún con precio amigo,
se hacía cuesta arriba. Sin embargo, todo merecía la pena con tal de sentir
siempre una pequeña parte de esa satisfacción personal caracterizada por un
movimiento “culebresco” en el estómago de Beatriz.
Con el paso del tiempo pudo ir estableciéndose por sí sola, conoció al que hoy en día es su marido, empezó dando clases a un grupo reducido de niños y terminó formando una pequeña escuela de música a la vez que una gran familia. Sus padres iban a visitarle de higos a brevas, pero lo hacían.
Sin embargo en su pueblo siempre quedó como “la que se fue”,
“la que renegó”, “la que abandonó a los suyos”. Cada vez que pisaba ese pueblo
sentía como cada mirada le tiraba una lanza con un mensaje claro y conciso. Era
tal la fuerza de dichas miradas y represalias que a veces, en momentos de
flaqueza, llegaba a dudar de la gran decisión que tomó años atrás pero por
suerte, podía decirles lo mismo que ellos recalcaban anteriormente, “lo tengo
absolutamente todo, que más puedo pedir!”.
Y es que la vida no entiende de buenos y malos senderos.
Para ellos su decisión había sido tan desacertada como vergonzosa pero ella aún
seguía viviendo con la misma satisfacción e ilusión con la que el primer día
tomó este camino. Para Beatriz quedarse en el pueblo hubiera sido estancarse y
amoldarse a las cuatro realidades impuestas por la monotonía del conformismo,
pero para el resto del pueblo esas cuatro realidades eran más que suficientes y
daban gracias a Dios por poder formar parte de ellas sin esperar nada más a
cambio.
Y es cuando volvió a repetirse a sí misma “todo depende del
ángulo en que se mire” y es que el derecho no es derecho si no se mira del
revés.