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viernes, 2 de diciembre de 2011

Cada día, al cruzar la esquina

¿Qué tiene una mirada para que transmita tanto?


Cada mañana salgo de mi piso con mis cascos de música puestos, mi mochila llena de obligaciones y el paso tan acelerado que parece como si mis pies se hubieran apostado una carrera entre ellos.
Esquivo persona tras persona, cada una de ellas con su vida, sus pensamientos, sus historias, sus peinados, sus ojos medio cerrados y sus mentes impacientes repasando una y otra vez su agenda diaria.
Los pascueros lucen en la calle Larios y el árbol de navidad ya se levanta altivo y elegante, haciendo que cualquier día gris se torne algo más claro y mágico,  consiguiendo así que cualquier gordito con barba blanca se lleve el protagonismo del día con solo darle un toque de color rojo y blanco.
Mi camino hacia el autobús es tan solo un recorrido con el piloto automático activado. Yo no camino, mis pies lo hacen por mi, yo solo me limito a escuchar, observar e imaginar. Pero como de costumbre, mi mente frena en seco siempre en el mismo lugar. Cruzo la esquina y allí está él, sentado en el suelo, con su pierna vendada, su eterna medio sonrisa y la mirada más tierna y conmovedora que he visto jamás. Un hombre pidiendo en la calle, no hay más. Y os preguntareis qué tiene de especial este hombre, sobre todo teniendo en cuenta que después de él me cruzo con tres personas más en situaciones semejantes. 
Él cambia las miradas de pena por una mirada transparente y llena de esperanza. Cambia el agachar la cabeza y abrir la mano sosteniendo unas monedas por alzar la cabeza, mirarte y decir: ¡que tenga un buen día!. Sencillamente cambia el hacer que quieras seguir mirándole en vez de mirar para otro lado incómodamente, no transmite pena, transmite ternura, nostalgia.
Un desconocido, una persona que pide en la calle es la primera y última persona que me da los buenos días diariamente, es capaz de arrancarme una tímida pero sincera sonrisa y hacer que me pase el resto del camino preguntándome cuál será su historia, de dónde sacará esas ganas de sonreír y darle los buenos días a cualquier persona que pase a su lado. 
Nos pasamos el día acelerados queriendo ganarle una carrera al día, chocando con gente en el autobús, el metro, la calle.. cruzando miles de miradas y de gestos, pero ¿alguno como el de ese hombre? ¿alguno amable sin tener por qué o alguna sonrisa, algún "hola"?
Quizá si algún día nos diera por probar, ¿conseguiríamos que una persona dedique unos cinco minutos en pensar en nosotros, en la agradable sensación que le hemos transmitido? sería bonito, como lo suelen ser muchas cosas más a las que ya no hacemos caso, tal vez por estar anticuado, tal vez por vergüenza, pasotismo, vagueza o simplemente porque no.
Yo practicaré mi mayor y mejor sonrisa frente al espejo, quien sabe, quizá logre que ese hombre sienta que esas pocas palabras que repite sin cesar llegan, al menos, a una persona que nunca le apartará la mirada sin sonreír antes.
Deberíamos mirarnos más...

1 comentario:

  1. Querida desconocida. Tu historia me ha conmovido tanto que me ha transportado a mis años de juventudm dónde cada mañana hacía el mismo recorrido y cada mañana veía a las mismas gentes con las caras serias y casi como robots.Yo también ponía el mecanismo de la mente en marcha y me montaba películas de todos éllos; preguntas sin respuestas que no llegaron jamás. Me sentaba en el metro y sólo me fijaba en los pies de la gente. Por la forma de los zapatos y cómo los llevaran de limpios, así analizaba y creo que hasta sabía el tono de voz que tenía...fantasías, pero que hasta en éso se aprende a valorar muchas cosas. Te podría explicar miles de miles,pero como quiera que sea , es tu blog, sólo me queda esto: APLAUSO!!! y muchas gracias porque hoy he aprendido de ti.

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